
Apenas unas cuantas noches
me separan del advenimiento
de un nuevo calendario.
Se hace inevitable sumar y restar
como quien saca las cuentas
de una estrecha cuenta corriente.
La tentación es echar esos pasados días
por el tacho de la basura
donde sean engullidos por el olvido,
de arrojar por la ventana
todas las lágrimas vertidas
sobre el reseco jardín,
pero temo que las saladas lágrimas
terminen por aniquilar
los nuevos brotes que tiernamente
han comenzado a emerger.
El descontento y la inconformidad
quisieron golpear a mi puerta
pero en estas cuatro cálidas paredes
ya no hay espacio para estos visitantes.
Miro cada objeto
del rincón que he construido
y me siento serenamente feliz.
Los mismos días
que parecían una maldición
me han permitido construir
lo que ahora soy.
Rindo honores al calendario
que ahora se va tornando inútil,
guardo como un preciado recuerdo
a este 2008 que me hizo
por primera vez persona,
cuido cada uno de los latigazos
que me educaron en el arte
de ser responsable de mi propio existir.
Hago ecuación de los más y los menos
y el resultado es serenidad,
paz y esperanza.
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